La distancia es corta,
como el cuello de una hormiga
que a veces muta en oruga impertinente
y lo alarga todo,
disturba, agoniza,
y lo alarga todo.
La cuesta, que es larga también, y cuesta.
Sordo como el soliloquio de los amantes
que hablan de la infelicidad sin oírse,
continuando sonrientes, enredados, y gozosos
en la queja que les permite seguir sin oírse.
No oírse, es la infelicidad, ¿no?
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