jueves, 8 de marzo de 2012

28

Después,
queda el después o el luego
como un lugar imposible y profético.
Acumulados los antes,
tan hermosos,
nostálgicos y jóvenes.

Es hoy cuando alcanzo la mayoría de edad
es hoy y no hace diez años.
Algunas cosas están intactas,
pero mi piel no es la de siempre.

Los amigos, las ciudades,
las fotos de hace años
como un recordatorio del entonces,
que ahora adquieren la compleja función que ejercían,
ser el oráculo de los días presentes.

Las casas que he habitado,
las canciones que me son propias,
la ropa nueva en el armario,
los jerseys de siempre en el cajón.
La guitarra rosa que no suena,
está rota pero es bonita,
y a veces, con eso es suficiente.

El tiempo escurridizo
por entre las cosas que hacer,
entre la tesis y el psicoanálisis,
entre mi fascinación por Lacan,
mi nuevo amor por los gatos,
mis contradicciones absolutas,
entre el miedo,
-ese siempre es antiguo y nuevo-,
y entre mis letras, que nunca acaban de cuadrar.

No sé cuantas pérdidas, ni cuantos crujidos
le élite de esta edad no perdona estos modos atolondrados
de rozar la treintena,
pero ellos nunca me han importado nada,
usan contorno de ojos y pasean los domingos.

Mis padres, aún sosteniendome
en una adultez que siempre es a medias,
en un "y ahora qué" compartido.
Mi abuelo, que lleva años sin estar,
mis tios, mis primos.
Mi abuela, que pregunta por teléfono, si hoy iré a comer.

Y al final, en el dossier,
cada vez más recuerdos
y más olvidos.

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